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Un pequeño fantasma

 

Una madrugada mi niño de 4 años se levantó al baño, pero como no había luz al quererme despertar solo me tocó el pie sin hablarme.

Me desperté y me llevé tremendo susto al ver solo un bultito. Como pude le hablé a mi esposo, que sin pensarlo le echó la cobija1 y se le fue encima para atraparlo. Bueno, encendí la luz y él poco a poco fue levantando la cobija, imagínense tremenda sorpresa al ver que era el chiquillo.

Después de esto no parábamos de reir y hasta la fecha nos acordamos y morimos de risa.

 

Pache, 4 años

A jugar con el futuro hermanito 

Como cada noche tumbada en el sofá mi hijo viene a escuchar las patadas de su futuro hermanito. ¡Ya falta poco para que esté con nosotros! - le comentamos.

Era la hora de cenar y mis tripas rugían... él me dice todo preocupado:

-Abre el coquete que salga... que como está tan escondido no lo entiendo. No te preocupes mami, jugamos un ratito y después ¡te lo vuelvo a poner!

 

Toni, 3 años 

El coraje de Ágata 


Esta historia ocurrió en Hungría, durante la ocupación de ese país por parte de las tropas soviéticas, al final de la segunda Guerra Mundial.

  El toque de queda regía en Budapest, la capital, a partir de las cinco de la tarde. Los soldados tenían orden de disparar sobre todo aquel que encontraran en la calle después de esa hora. 

  Una tarde llegó  la plaza central un camión con 1,600 panes. El camión llegó después de las cinco, de modo que había que esperar al día siguiente para poder descargarlo. Los habitantes, que no habían comido nada en todo el día, miraban con dolor y con rabia el camión desde sus casas. Entre ellos estaba Ágata, una señora de casi ochenta años. 

  No había pasado mucho tiempo desde la llegada del camión cuando Ágata salió de pronto de su casa y bajó de él dos grandes panes, que repartió entre las personas de su familia. Los soldados encargados de su custodia se quedaron asombrados y sin saber qué hacer. A los pocos minutos, Ágata volvió a salir y cargó más panes, que dio a sus vecinos. A la tercera salida, un soldado disparó su arma al aire, en señal de advertencia, pero Ágata siguió con su trabajo. Las balas le pasaban cada vez más cerca a medida que iba y venía del camión a las casas de su barrio, repartiendo los panes entre la gente. El oficial que estaba al mando de los soldados le advirtió que si seguía desobediendo el toque de queda, ordenaría que le dispararan a matar. Ágata le respondió que lo lamentaba mucho, pero que tenía que seguir repartiendo panes. El oficial se enfureció y volvió donde estaban sus hombres, pero ninguno, ni siquiera él mismo, se atrevió a dispararle a Ágata. La mujer continuó descargando panes del camión durante las horas siguientes, con una admirable decisión de perseverancia. A las nueve de la noche, cuando ya había repartido más de la mitad del cargamenteo del camión, se desmayó en la mitad de la plaza. Luego de unos segundos de gran tensión, un soldado corrió por la plaza hasta el sitio donde había caído Ágata, la alzó en sus brazos con ternura y la llevó hasta la puerta de su casa, donde se la entregó a sus familiares. Luego volvió corriendo a su tanque y se preparó para dispararle a todo aquel que se atreviera a desobedecer el toque de queda.

 

Anécdota de la segunda Guerra Mundial en Hungría

 

Anécdotas

 
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