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El ciego de Esquipulas

 

Hace más de doscientos años, en la ciudad de Esquipulas, Guatemala, vivieron dos personajes que hoy forman parte de las leyendas populares de ese país. Sus nombres eran Juan y Blas. Juan descendía de una familia muy rica de la región y había heredado una gran fortuna, pero era ciego de nacimiento y no hacía más que quejarse de su desgracia. Los habitantes del pueblo habían sentido mucha compasión por él desde pequeño, pero en cuanto creció, Juan comenzó a tratarlos con desprecio y arrogancia, sobre todo después de que murieron sus padres y heredó todo su dinero. 

  No ayudaba a nadie, así se estuviera muriendo, y su fama de avaro se extendió por toda la región.

  Blas, por su parte, era un campesino pobre, conocido por su buen corazón, su generosidad y su excelente sentido del humor. Apenas tenía con qué comer y con qué vestirse, pero siempre se le veía satisfecho y contento, dándole gracias a la vida por ofrecerle todo lo que necesitaba para mantenerse vivo y saludable. Era el único habitante de Esquipulas por el que el ciego Juan en la infancia y Bas, además de hacerlo reír mucho, nunca le pedía dinero prestado. Por esta última razón, sobre todo, Juan lo consideraba su amigo. 

  Un día la mujer de Blas se enfermó. Faltaban dos días para que al pobre hombre le pagaran su jornal en la plantación donde trabajaba, y necesitaba dinero para llevarla a un médico. No podía pedírselo a ningúno de sus compañeros de trabajo pues todos eran tan pobres como él, ni tampoco a los dueños de la plantación, ya que estaban en la ciudad y sólo regresarían el día de la paga. Se lo pidió entonces a Juan, con la promesa de que se lo devolvería a los dos días. Juan se indignó y empezó a lloriquear, maldiciendo su mala suerte e insultando a Juan por atreverse a pedirle dinero a un pobre hombre ciego como él, que no tenía más con que valerse la vida. Blas lo tranquilizó y le dijo que no se preocupara, que todavía le quedaba el Señor de Esquipulas, y que allí se dirigía a rezar. Rezó con todas sus fuerzas, pidiéndole por la salud de su mujer y regresó cansado a su casa, con una sonrisa de tranquilidad en la cara. Al día siguiente la mujer de Blas amaneció curada, y la noticia del milagro se regó por toda la ciudad. El ciego Juan, entusiasmado, le pidió a Blas que lo llevara donde el Señor de Esquipulas para que lo curara de su ceguera. Blas lo llevó y le ayudó a rezar con fuerza y devoción. En un momento del rezo, gracias a la generosa entrega de Blas, el ciego Juan recuperó la vista. Lo primero que hizo en cuanto pudo ver fue lanzar una cadena de oro hacia el lugar donde se encontraba la imagen sagrada. 

  La curación de Juan causó gran conmoción en la ciudad. Todos quisieron saber cómo había sido el milagro. Juan los reunió a otos en la plaza y les informó que tal milagro no se habría producido si él no le hubiese regalado una cadena de oro al Señor de Esquipulas. 

   No había acabado de decir esto, cuando se quedó ciego otra vez. 

 

 

Leyenda popular guatemalteca

 

Los volcanes

 

Hace ya miles de años, cuando el Imperio Azteca estaba en su esplendor y dominaba el Valle de México, como práctica común sometían a los pueblos vecinos, requiriéndoles un tributo obligatorio. Fue entonces cuando el cacique de los Tlaxcaltecas, acérrimos enemigos de los Aztecas, cansado de esta terrible opresión, decidió luchar por la libertad de su pueblo.

   El cacique tenía una hija, llamada Iztaccíhuatl, era la princesa más bella y depositó su amor en el joven Popocatépetl, uno de los más apuestos guerreros de su pueblo.

   Ambos se profesaban un inmenso amor, por lo que antes de partir a la guerra, Popocatépetl pidió al cacique la mano de la princesa Iztaccíhuatl. El padre accedió gustoso y prometió recibirlo con una gran celebración para darle la mano de su hija si regresaba victorioso de la batalla.

  El valiente guerrero aceptó, se preparó para partir y guardó en su corazón la promesa de que la princesa lo esperaría para consumar su amor.

  Al poco tiempo, un rival de amores de Popocatépetl, celoso del amor de ambos se profesaban, le dijo a la princesa Iztaccíhuatl que su amado había muerto durante el combate.

  Abatida por la tristeza y sin saber que todo era mentira, la princesa murió.

  Tiempo después, Popocatépetl regresó victorioso a su pueblo, con la esperanza de ver a su amada. A su llegada, recibió la terrible noticia sobre el fallecimiento de la princesa Iztaccíhuatl.

  Entristecido con la noticia, vagó por las calles durante varios días y noches, hasta que decidió hacer algo para honrar su amor y que el recuerdo de la princesa permaneciera en la memoria de los pueblos.

  Mandó construir una gran tumba ante el Sol, amontonando 10 cerros para formar una enorme montaña.

  Tomó entre sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó inerte sobre la gran montaña.  El joven guerrero le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló frente a su amada, para velar así, su sueño eterno.

  Desde aquel entonces permanecen juntos, uno frente a otro. Con el tiempo la nieve cubrió sus cuerpos, convirtiéndose en dos enormes volcanes que seguirán así hasta el final del mundo.

  La leyenda añade, que cuando el guerrero Popocatépetl se acuerda de su amada, su corazón que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa humo.  

  Por ello hasta hoy en día, el volcán Popocatépetl continúa arrojando fumarolas.

   En cuanto al cobarde tlaxcalteca que mintió a Iztaccíhuatl, presa del arrepentimiento por la tragedia que desencadenó, fue a morir muy cerca de su tierra. También se convirtió en montaña, el Pico de Orizaba, otro de los volcanes de la región, y desde muy lejos, vigila el sueño eterno de los amantes que ya nunca se podrán separar.

 

El campanero fantasma

 

Cuéntase que en los primeros tiempos de la basílica de Guadalupe, cuando aún no había sido declarada tal, sino que era un templo más modesto, un fraile hacía las veces de campanero para efectuar la llamada a los fieles. Su devoción era tal que, sin importar los rigores del clima, subía a la parte más alta del campanario para tocar las campanadas de rigor. Un invierno muy cruento, y pese a la advertencia de su abad, el fraile igualmente cumplía con su deber, pero de resultas cayó enfermo, aquejado por una grave pulmonía, y falleció.

  Desde entonces, y algo infrecuentemente, es posible escuchar el repicar de las campanas de la basílica aun cuando no haya campanero que jale de las cuerdas. Sorprendidos por esta presencia fantasmal, y temerosos de que pudiera tratarse de alguna operación diabólica, los sacerdotes quitaron en cierta época los badajos de las campanas. Para estupefacción de todos, las campanas sonaban aun cuando debían estar mudas, por lo que los sacerdotes se resignaron y los badajos fueron colocados nuevamente en su sitio.

   Es posible hoy escuchar cada tanto el sonido de las campana de la Guadalupe movidas por el celo del campanero fantasma. 

El callejón del beso

 

Se cuenta que Doña Carmen era hija única de su padre intransigente y violento, pero como suele suceder, siempre triunfa el amor por infortunado que este sea. Doña Carmen era acortejada por su galán Don Luis, en un templo cercano al hogar de la doncella, primero ofreciendo de su mano a la de ella el agua bendita. Al ser descubierta sobrevivieron al encierro, la amenaza de enviarla a un convento, y lo peor de todo, casarla en España con un viejo y rico noble, con el que, además, acrecentaría el padre su mermada hacienda.

  La bella y sumisa criatura y su dama de compañía, Doña Brígida lloraron e imploraron juntas. Así, antes de someterse al sacrificio, resolvieron que Doña Brígida llevaría una carta a Don Luis con la nefasta nueva.

Mil conjeturas se hizo el joven enamorado, pero de ellas hubo una que le pareció la más acertada. Una ventana de la casa de Doña Carmen daba hacia un angosto callejón, tan estrecho, que era posible, asomado a la ventana, tocar con la mano la pared de enfrente. Si lograra entrar a la casa frontera podría hablar con su amada, y entre los dos, encontrar una solución a su problema. Preguntó quién era el dueño de aquella casa y la adquirió a precio de oro.

   Hay que imaginar cuál fue la sorpresa de Doña Carmen, cuando, asomada a su balcón, se encontró a tan corta distancia con el hombre de sus sueños. Unos cuantos instantes habían transcurrido de aquel inenarrable coloquio amoroso, y cuando más abstraídos se encontraban los amantes, del fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de Doña Carmen increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que su amo entrara a la alcoba de su señora.

   El padre arrojó a la protectora de Doña Carmen, como era natural, y con una daga en la mano, de un solo golpe la clavó en el pecho de su hija. Don Luis enmudeció de espanto…la mano de Doña Carmen seguía entre las suyas, pero cada vez más fría. Ante lo inevitable, Don Luis dejó un tierno beso sobre aquella mano tersa y pálida, ya sin vida.

  El lugar existe y es sin duda uno de los más típicos de la ciudad de Guanajuato, y precisamente se le llama El Callejón del Beso.

La pascualita

 

La leyenda dice que Esparza tenía una hija y que justo el día de su boda, tras ser picada por un alacrán que se había escondido en su coronita, la joven fue víctima de una muerte fulminante. Por lo que su madre decidió embalsamarla y colocarla como el maniquí principal en la vidriera de la tienda, para que siempre estuviera a su lado. El rumor se hizo cada vez más fuerte, ya que la señora nunca la desmintió, y tras su muerte en 1967, la verdad se fue con ella. En ese entonces "La Popular" pasó a manos de otros dueños, pero a La Pascualita nunca la cambiaron de su lugar, quién sabe por qué.

   Sea como sea, "La novia más bonita de Chihuahua" es casi un amuleto para las futuras esposas. Cuentan los vendedores que es muy habitual que para sus fiestas las chicas insistan en comprar el vestido que lleva la muñeca. El argumento es firme: sus madres y sus abuelas hicieron lo mismo, y la buena suerte las acompañó en sus respectivos matrimonios. Nunca se animarián a romper la tradición.

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