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Por estas tierras se cuenta que, hace mucho tiempo, hubo una serpiente de colores, brillante y larga.
Era de cascabel y para avanzar arrastraba su cuerpo como una víbora cualquiera. Pero tenía algo que la hacía distinta a las demás: una cola de manantial, una cola de agua transparente.
Sshh... Sshh.. la serpiente avanzaba. Ssh... Sshh... la serpiente de colores recorría la tierra. La serpiente parecía un arcoíris juguetón, cuando sonada su cola de maraca.
Dicen los abuelos que donde quiera que pasaba dejaba algún buen, alguna alegría sobre la tierra.
Iba ahí por montes y llanos, mojando todo lo que hayaba a su paso. Ahí iba por montes y llanos, dándoles de beber a los plantíos, a los árboles y a las flores silvestres. Sshh... Sshh... ahí iba por el mundo, mojando todo, regando todo, dándole de beber a todo lo que encontraba a su paso.
Hubo un día en el que los hombres pelearon por primera vez. Y la serpiente desapareció. Entonces hubo sequía en la tierra.
Hubo otro día en el que los hombres dejaron de pelear. Y la serpiente volvió a aparecer. Se acabó la sequía, volvió a florecer todo. Del corazón de la tierra salieron frutos y del corazón de los hombres brotaron cantos.
Pero todavía hubo otro día en el que los hombres armaron una discusión grande, que terminó en pelea. Esa pelea duró años y años. Fue entonces cuando la serpiente desapareció para siempre.
Cuenta la leyenda que no desapareción, sino que se fue a vivir al fondo de la tierra y que ahí sigue. Pero, de vez en cuando, sale y se asoma. Al mover su cuerpo sacude la tierra, abre grietas y asoma la cabeza. Como ve que los hombres siguen en su pelea, sshh... ella se va. Ella regresa al fondo de la tierra, ella hace temblar... ella desaparece.
Versión de Antonio Ramírez Granados
La piel del venado
Los mayas cuentan que hubo una época en la cual la piel del venado era distinta a como hoy la conocemos. En ese tiempo, tenía un color muy claro, por eso el venado podía verse con mucha facilidad desde cualquier parte del monte. Gracias a ello, era presa fácil para los cazadores, quienes apreciaban mucho el sabor de su carne y la resistencia de su piel, que usaban en la construcción de escudos para los guerreros. Por esas razones, el venado era muy perseguido y estuvo a punto de desaparecer de El Mayab.
Pero un día, un pequeño venado bebía agua cuando escuchó voces extrañas; al voltear vio que era un grupo de cazadores que disparaban sus flechas contra él. Muy asustado, el cervatillo corrió tan veloz como se lo permitían sus patas, pero sus perseguidores casi lo atrapaban. Justo cuando una flecha iba a herirlo, resbaló y cayó dentro de una cueva oculta por matorrales.
En esta cueva vivían tres genios buenos, quienes escucharon al venado quejarse, ya que se había lastimado una pata al caer. Compadecidos por el sufrimiento del animal, los genios aliviaron sus heridas y le permitieron esconderse unos días. El cervatillo estaba muy agradecido y no se cansaba de lamer las manos de sus protectores, así que los genios le tomaron cariño.
En unos días, el animal sanó y ya podía irse de la cueva. Se despidió de los tres genios, pero antes de que se fuera, uno de ellos le dijo:
-¡Espera! No te vayas aún; queremos concederte un don, pídenos lo que más desees.
El cervatillo lo pensó un rato y después les dijo con seriedad:
-Lo que más deseo es que los venados estemos protegidos de los hombres, ¿ustedes pueden ayudarme?
-Claro que sí -aseguraron los genios. Luego, lo acompañaron fuera de la cueva. Entonces uno de los genios tomó un poco de tierra y la echó sobre la piel del venado, al mismo tiempo que otro de ellos le pidió al sol que sus rayos cambiaran de color al animal. Poco a poco, la piel del cervatillo dejó de ser clara y se llenó de manchas, hasta que tuvo el mismo tono que la tierra que cubre el suelo de El Mayab. En ese momento, el tercer genio dijo:
-A partir de hoy, la piel de los venados tendrá el color de nuestra tierra y con ella será confundida. Así los venados se ocultarán de los cazadores, pero si un día están en peligro, podrán entrar a lo más profundo de las cuevas, allí nadie los encontrará.
El cervatillo agradeció a los genios el favor que le hicieron y corrió a darles la noticia a sus compañeros. Desde ese día, la piel del venado representa a El Mayab: su color es el de la tierra y las manchas que la cubren son como la entrada de las cuevas. Todavía hoy, los venados sienten gratitud hacia los genios, pues por el don que les dieron muchos de ellos lograron escapar de los cazadores y todavía habitan la tierra de los mayas.
La leyenda de Guillermo Tell
Hace unos seiscientos años, la bella y montañosa Suiza sufría la tiranía de un hombre llamado Gessler, a quien el emperador de Alemania, luego de invadir con sus soldados el país, había designado como gobernador. Una vez posesionado su cargo, Gessler dictó una serie de leyes muy huumillantes para los suizos. La más odiosa de todas los obligaba a hacer una reverencia ante un poste que se alzaba en la plaza de todos los pueblos y cuidades, y en cuya parte más alta se veía un gorro del gobernador.
Los suizos estaba indignados, pero también atemorizados, pues Gessler era un hombre cruel que no vacilaba en condenar a muerte o encerrar en oscuras mazmorras a los rebeldes.
Entonces se oyó hablar de un leñador llamado Guillermo Tell, oriundo del lago de los Cuatro Cantones, en las altas montañas, y tan hábil en el manejo del hacha como en el de la ballesta. Se decía que no fallaba ni un solo disparo.
Decidido a combatir al tirano, Guillerno Telll reunió un pequeño ejército de hombres con el que perseguía y enfrentaba a los soldados de Gessler. El valor que demostraba en las escaramuzas lo convirtió rápidamente en símbolo de independencia y sus compatriotas empezaron a apoyarlo.
Un día, de paso por un pueblo acompañado de Gualterio, su pequeño hijo, Tell se negó a inclinarse ante el poste con el gorro.
Cuando los soldados de Gessler quisieron obligarlo, les respondió:
-Sólo debo respeto a la libertad.
Tomado prisionero fue llevado ante Gessler, quien le dijo:
-En vista de que amas tanto la libertad y eres tan bueno con la ballesta, te propongo un trato. Si atraviesas con una flecha esta manzana a una distancia de cincuenta pasos, te dejaré libre.
Guillermo pensó que la cosa sería fácil, pero no contaba con la perversidad de Gessler, quien añadió enseguida que la manzana sería colocada en la cabeza de su hijo Gualterio. Aterrado, Guillermo estuvo a punto de decir que prefería la prisión e incluso la muerte a correr el risgo de matar a Gualterio, pero el niño avanzó hacia él y le dijo:
-Ten confianza, padre. Si atraviesas la manzana seremos libres. No fallarás-. Y el mismo niño se puso la manzana en la cabeza, luego de ser llevado por los hombres de Gessler a la distancia plaza, presas de la más terrible expectación. Hubo un silencio de muerte mientras Guillermo apuntó su ballesta y disparó.
La flecha dio justo en el centro de la manzana y la multitud estalló en gritos de júbilo y admiración. Ni el mismo Gessler lo podía creer...
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