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El león y el ratón

 

 

Luego de una dura jornada de caza, un león se echó a descansar debajo de un árbol. Cuando se estaba quedando dormido, unos ratones se pusieron a jugar a su alrededor. De pronto, al más travieso le dio por esconderse entre la melena del león, con tan mala suerte que lo despertó. Muy malhumorado, el león agarró al ratón entre sus garras.

 

-¿Cómo te atreves a perturbar mi sueño, bicho miserable? ¡Voy a darte tu merecido! -rugió, abriendo de par en par sus enormes mandíbulas, dispuesto a engullirse al ratoncio de un mordisco. 

 

-Por favor no me mates, león. Yo no quería molestarte. Si me dejas ir, te estaré eternamente agradecido -alcanzó a decir el pequeño roedor, tan tembloroso de miedo que al león le pareció cómico, y hasta simpático. 

 

-¡Ja, ja, ja! -se carcajeó de buena gana el león-. ¡Una pequeña cosa como tú ayudándome! ¡No me hagas reír!

 

Pero la pequeñez del ratón y su miedo de ser comido lo conmovieron y terminó dejándolo ir. 

  Semanas más tarde, el león cayó en la red de unos cazadores ileales. Su rugido de angustia resonó por la selva entera y llegó a oídos del pequeño ratón, el cual, sin pensarlo dos veces, corrió en su ayuda. Al verlo, el león le dijo:

 

-Hola amiguito, ¡qué alegría verte! Mira la situación en que me encuentro. Pronto vendrán los cazadores y me matarán.

 

-No te preocupes, león. Tú me dejaste vivir, y eso es algo que no se olvida. 

 

Apenas dijo esto, cortó con sus pequeños y afilados dientes el nuedo de la red que apresaba al león y lo dejó libre.

 

 

 

El agradecimiento es una cosa biena que todos debemos poner en práctica, no importa qué tan grandes o pequeños seamos.

-Esopo-

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